El tiempo por Tutiempo.net
El tiempo por Tutiempo.net

La Ascensión del Señor a los Cielos | Por Mons. Martín Dávila Gándara

“¡Arriba los corazones!”. En la gran solemnidad de la Ascensión a los cielos de Cristo, consideremos dos puntos del Credo.

Por: Redacción 21 Mayo 2020 12 41

“¡Arriba los corazones!”

En la gran solemnidad de la Ascensión a los cielos de Cristo, consideremos dos puntos del Credo: 1o. Jesucristo subió a los cielos; 2o. Esta sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; y veremos que, en uno y otro misterio, Nuestro Señor es, como siempre, todo amor para con nosotros.

Transportémonos en espíritu al monte de los Olivos para asistir allí, con el pensamiento, a la Ascensión triunfante del Salvador. Adorémosle mientras sube al cielo, no como Elías, en un carro de fuego, sino elevándose por su sola virtud, seguido de todos los justos de la antigua ley, a los que sacó del cautiverio.

Admiremos la manera como es acogido y recibido por la corte celestial, en medio de cánticos de adoración, admiración, alabanza y amor. Unamos nuestros homenajes a los de los príncipes del cielo.

Jesucristo subió a los cielos

Jesús subió a los cielos por el mismo principio que le había hecho bajar: bajó por amor a nosotros; sube ahora llevado del mismo amor. Ha querido ir: 1o. A abrirnos las puertas de la gloria; 2o. A prepararnos un lugar en ella; 3o. A derramar desde allí sus bendiciones sobre nosotros.

Hasta el día de la Ascensión las puertas del cielo estuvieron cerradas a todos los hijos de Adán; y ni la inocencia de Abel, ni la fe de Abrahán, ni el celo de Moisés, ni la santidad de los patriarcas y de los profetas habían podido abrirlas.

Todos, después de morir, iban al limbo o Seno de Abrahán, sin otro consuelo que la esperanza; pero hoy, ¡oh día de felicidad! Jesús los liberta de su prisión y los lleva consigo al cielo, cuyas puertas les abre; entra El primero, por el mérito de su sangre derramada, y así se cumplen las figuras de la antigua ley.

Ya no existe ese misterioso santuario que estaba cerrado todo el año, ese Santo de los Santos, en donde sólo el sumo sacerdote entraba, una vez al año, llevando en sus manos la sangre de las víctimas. Jesucristo, el único verdadero Pontífice, ha entrado hoy, no en aquel santuario hecho por la mano del hombre y que no era más que la figura del verdadero santuario en que Dios habita.

Ha entrado en él, no con sangre extraña, sino con su propia sangre; ha rasgado y hecho desaparecer el velo que ocultaba al pueblo el Santo de los Santos y figuraba las puertas del cielo, hasta el entonces cerradas a los hombres por el pecado.

¡Oh Jesús mil veces amable! Así es como hoy nos abres el cielo; de nosotros depende ahora entrar en él. ¡Cuántas gracias le debemos! Mas no se contenta con eso. Como un buen padre, que se ocupa en colocar bien a sus hijos, nos dice, el mismo: “Voy a prepararles a cada uno de ustedes una morada” (Jn., XVI, 2); “quiero que estén en donde Yo estoy, y que mi trono sea el de ustedes” (Jn., XVII, 24).

¡Oh adorable Salvador! Qué honor nos haces. ¿Cómo sentarnos en tu propio trono? ¿Siendo nuestra naturaleza, tan pobre y miserable por sí misma, se elevará en los cielos más arriba que los ángeles, hasta el trono de un Dios?

¡Oh, que hermoso lugar nos has preparado! ¡cuán preciosa es para nosotros la Ascensión! ¡Cuánto excita nuestra admiración nuestra gratitud y nuestro amor!

Más, esto no es todo: desde lo alto de los cielos nos bendice (Luc., XXIV, 50). ¡Oh, preciosa bendición, que ayuda a nuestra debilidad para elevarse hasta donde Jesús nos llama! ¡Oh Señor! Bendícenos siempre y atrae a nuestros corazones, para que vivamos solo para el cielo.

Jesús, en el día de su Ascensión, se sienta a la diestra del Padre

¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que Nuestro Señor Jesucristo hoy entra en el reposo divino y eterno, que tan justamente se le debía después de tanta trabajo y dolor; quiere decir que va a tomar posesión de su trono, como rey de los reyes; de su tribunal, como juez de vivos y muertos; quiere decir que, en el cielo, es igual a Dios, porque es Dios mismo.

Y ¡cosa admirable! En esa alta posición, no olvida a los hombres, de cuya naturaleza se ha revestido. Temiendo que nuestra fragilidad nos hiciera perder la morada que su amor nos había preparado, ya que se constituyó ante tu Padre, como nuestro abogado, nuestro Pontífice, nuestra cabeza.

Como abogado, ha defendido sin cesar nuestra causa con la voz de sus llagas y heridas, con los latidos de su corazón, como dice San Pablo (Hebr., VII, 25); constantemente se presenta por nosotros ante la fas de Dios (Hebr., IX, 24).

Cuando la debilidad nos arrastra al pecado, interviene para tomar nuestra defensa; y hace suya nuestra causa y pruebas, con su sangre derramada, que habla mejor que la de Abel, que debe usarse de misericordia con nosotros, como dice S. Juan (I Jn., II, 1, 2).

Como pontífice, se ofrece sin cesar en sacrificio por nosotros, como dice S. Pablo (Hebr., VIII, 1, 2); en fin, como nuestra cabeza, nos atraes hacia El, porque los miembros deben estar unidos a su cabeza.

Jesús es nuestro precursor, como dice S. Pablo (Hebr., IV, 14). Es águila misteriosa, que vuela sobre sus pequeñuelos, para excitarlos con su ejemplo a tomar el vuelo hacia el sol (Deut., XXXII, 11).

Por lo tanto. Pidamos al Señor, que nos atraiga a El, con sus gracias, con sus encantos, con su belleza y perfecciones, que embriagan a los ángeles. Por lo mismo. Exclamemos ¡Oh! ¡cuándo le veremos en el esplendor de su gloria! ¡cuándo llegaremos a ese hermoso cielo, en donde ya no es posible ofenderle, donde se le ama para siempre!

Por último. Tomemos como resolución de esta predicación: 1o. De elevar nuestros pensamientos y nuestros afectos al cielo, en donde está Jesucristo, nuestro abogado, nuestro pontífice y nuestro jefe; y de no tener afecto a la tierra y vivir sólo para el cielo; 2o. De poner nuestra confianza en el principal mediador entre Dios y los hombres.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx


Las Más Leídas