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Fe y reinventarse ante las horas crueles del Covid: Martha Lara

Acostumbrada a andar por el mundo, su experiencia; de pronto; el encierro, soledad y  pintar para reencontrarse.

Por: Redacción 25 Junio 2021 08 00

La orgullosamente chihuahuense Marta Irene Lara Alatorre, reconocida como una de las principales políticas y diplomáticas mexicanas, nos cuenta el “reto” de vivir en los tiempos del COVID-19 y conservar la salud física y mental, ante una pandemia que tomó a todos por sorpresa y que fue extremadamente difícil para miles y miles de adultos mayores, que como ella, luchan a diario por “sobrevivir”. 

Diplomática de carrera desde 1971, reconocida mexicana en el círculo de la política exterior del país y pese al retiro, en contacto con los grandes personajes de la diplomacia, nos cuenta su experiencia de vivir la pandemia, a petición de tiempo.com.mx y puentelibre.mx.

Considerándose un mujer libre, acostumbrada a andar por muchas partes del mundo, narra su experiencia del aterrador Covid, el cómo de pronto verse encerrada en casa por meses, a enfrentar junto con su esposo Pedro Sarkis Sarkis, la soledad; sin los amigos, familiares y sobre todo los nietos.

Fue una experiencia brutal, por sobrevivir, reinventarse y enfrentar con fe esta experiencia que costó la vida a millones de personas en el mundo y localmente varios fallecieron.

Logramos pasar sin enfermarnos y ya nos vacunamos, pero la muerte rondaba cada vez más cerca, nos dice.

Como miles adultos mayores en Chihuahua, Martha Lara Alatorre, sorpresivamente se vio obligada a permanecer en confinamiento y vivir totalmente aislada.

¿Qué aprendió durante la pandemia? 

Responde rápidamente con su voz dulce, clara y de expresión perfecta;  “a vivir el presente”. Aprendí que lo único que tenemos es este momento que estamos viviendo, el pasado no está, se ha ido y el futuro no existe.

Cada instante hay que disfrutarlo, cada amanecer o atardecer, algo en lo que Chihuahua se pinta solo, expresó. 

El reto de vivir en los tiempos del COVID

La licenciada en letras, nos da el contexto, recuerda los meses previos a la pandemia; había transcurrido el bullicio maravilloso de la Navidad, la algarabía en torno a esa mesa que mágicamente reúne a toda la familia para cenar: abuelos, padres, hijos y nietos, a veces tíos y padrinos cercanos a nuestro corazón. Ya se habían olvidado las sorpresas de los regalos que los mayores colocan en cajitas envueltas con papel brillante y coronadas de vistosos moños y que esconden los juguetes con qué sueña un niño. 

Ya se habían esfumado ante nuestros ojos los destellos de los juegos pirotécnicos que en esplendoroso estallido iluminan la noche de fin de año. Ya se había serenado el entusiasmo de la llegada de un año nuevo que se antojaba pletórico de oportunidades, cuando a principios de 2020 nos enteramos que había aparecido en China un virus, Sars-Cov II, causante de una anteriormente desconocida enfermedad llamada Covid-19.

¿Qué es eso? 

Comenta que la noticia le causó consternación y luego, “incrédulos observamos los estragos que ese virus causaba en países de Europa. Después el primer caso en nuestro país. Finalmente, para el mes de marzo, declarada la pandemia por la Organización Mundial de la Salud, se impuso el “quédate en casa” para evitar los contagios y se explicó que adultos mayores y personas con las llamadas comorbilidades éramos los más vulnerables”.

La vida, siempre llena de sorpresas

Un alto porcentaje de la población en general acató las instrucciones de la Secretaría de Salud, dijo, y de un momento a otro, sin previo aviso, abruptamente había cambiado la vida de niños, jóvenes, adultos y adultos mayores. Yo pertenezco a este último segmento de la población, aclara.

Al inicio del encierro, con ánimo optimista, pensé que el confinamiento al que nos vimos obligados duraría unas semanas; compré provisiones y me preparé, según yo, para quedarme aislada un corto tiempo. Pero... en vez de ceder, el mal se agravó; se multiplicaron los contagios, aceleró el número de muertos, con la particularidad de que al principio eran desconocidos los difuntos y con el paso del tiempo, comenzaron a morir conocidos y amigos, igualmente lamentables las pérdidas humanas de unos y otros.

Fuimos cobrando consciencia de la tragedia en que estaba inmersa la población y con angustia constatamos, gracias a los medios de comunicación, lo que estaba ocurriendo en todo el mundo.

“La vida, siempre llena de sorpresas, había cambiado”, señaló.

Encerrados entre cuatro paredes

Y de pronto, lo primero que perdimos fue la libertad, esa maravillosa facultad de hacer o dejar de hacer “lo que yo quiera”. Con mi libre albedrío y mi voluntad limitados, comenzaba un nuevo modo de sobrevivir, que no de vivir. Las calles desiertas. Todo se cerró: ni cine, ni teatro, ni conciertos musicales, ni tomar el café o salir a comer o cenar con las amigas; no era prudente celebrar reuniones familiares si nuestros parientes no vivían bajo el mismo techo. Mi hijo y mis nietos que viven en la ciudad de México, a donde acudía con frecuencia para verlos, no podían frecuentarme más. Tenían que abstenerse de vernos a mi esposo y a mí, ante el temor de un posible contagio con consecuencias mortales.

Tuve la sensación de que la puerta y las ventanas de nuestra existencia se cerraban y el futuro inmediato se volvía sombrío e incierto.  Todo había quedado en suspenso, o más bien se había cancelado. Figurativamente nos encontrábamos encerrados entre cuatro paredes, sin mundo exterior.

Martha Lara nos cuenta que vivió durante todo ese tiempo en su casa en la ciudad de Chihuahua en compañía de su esposo y esta experiencia fue muy difícil para ella; en lo personal acostumbrada a una intensa actividad en distintas ciudades del mundo. Estaba acostumbrada a otro ritmo de vida. 

Horas crueles

Retoma el hilo de la conversación, el tiempo también había cambiado su ritmo. Las horas se alargaban cruelmente y casi podíamos escuchar al reloj de pared avanzar pesadamente minuto a minuto. Varias veces perdí el  orden de los días; el lunes era igual que el domingo y el domingo igual que el miércoles.

Como el fuego de la fogata o de la chimenea recién encendida pone a bailar vigorosamente las llamas,  para luego amainar su danza y lentamente terminar en unas llamitas que tímidas se esconden entre las brasas hasta ahogarse en las cenizas, así observaba que se iba desvaneciendo la alegría. Hacían falta las carcajadas de los niños, su ruidoso entrar y salir de la casa; hacía falta la plática animada de una sobremesa con parientes y amigos. 

Hacía falta el contacto físico, el abrazo con fuertes palmadas en la espalda del amigo; el beso de los chiquitines, la mano en el brazo del abuelo que envejece, el firme saludo de mano de los conocidos y, en general, ese roce de pieles que nunca habíamos aquilatado.

Maldita enfermedad

Cuando en el silencio de mi aposento sentí ganas de llorar, decidí que tardara lo que tardara la pandemia no me iba a vencer, no le iba a permitir que enfermara mi espíritu, robándome mi esencia. No sólo tenía que cuidarme del contagio de una maldita enfermedad sino que tenía que defenderme del daño interno, del azote sicológico que las condiciones impuestas podían causarme.

Es que, agrega, en este momento de la humanidad, la Fe está en crisis, mucha gente no piensa la vida espiritual ni tiene en cuenta su existencia.

Virus globalizado

El virus se hacía presente en un mundo globalizado en el que nos habíamos acostumbrado, a través de los viajes de turismo, negocios, intercambios educativos, etc., a disfrutar de las bellezas naturales de este planeta maravilloso, ese puntito azul en el universo, y de la riqueza inconmensurable que nos obsequian sus culturas.

Viajar ya no era algo privativo de las clases privilegiadas; muchos teníamos la posibilidad de recorrer las ruinas de Machu Picchu, en una parte del Amazonas peruano o el árido y polvoso camino a las pirámides de Egipto.

Ya no eran solamente Paris y Roma o Londres y Nueva York, sino las selvas y las sabanas de Tanzania que se extendían frente a nuestros ojos para revelar el zoológico de un Creador que nos imaginó y de la nada dio vida a todo lo que existe.

Atrás quedaron los viajes espectaculares, las compras suntuosas y las reuniones de café, en donde ilusamente arreglamos los problemas de nuestro mundo; ahora yo, sola conmigo misma, encontraría el gozo, la alegría que iba perdiendo; tenía que alejarme del abismo de desesperación que ya podía ver al final de ese lúgubre camino. 

Reinventarme

Decidí ‘reinventarme’; aprender a ser feliz de otra manera, sería largo enumerar todo lo que hice; no obstante puedo compartir varias cosas. 

Me propuse hacer de cada alimento un festín; aprendí a cocinar y a experimentar con platillos más exóticos; la mesa tendría manteles alegres y flores frescas. Yo sería el jardinero de mi propia casa, limpiando, barriendo, podando los pequeños arbustos, regando y cuidando mi limón y mi higuera. De mi biblioteca escogí varios libros que fueron de mi abuelo y me propuse leerlos. Dediqué una hora diaria a hacer ejercicio para cuidar mi salud. Retomé con mayor entusiasmo mis estudios de teología, inicié el aprendizaje de un nuevo idioma.

Más interesante resulta lo que dejé de hacer: adiós manicure y “pedicure”; adiós peinados cuidadosos, adiós maquillaje. Me encantó mi carita lavada, mostrando mi edad.

Entre todo ello, y de manera destacada, decidí pintar. 

Y aclara de inmediato; nunca había dibujado ni una manzana, pero me llamaban la atención las situaciones cotidianas, los cuadros de gentes sencillas, tarahumaras, músicos callejeros, mujeres y niños ocupados en los múltiples trajines de su diaria existencia. 

Así que pintaría lo que se me ocurriera, sólo para mí, para expresarme, para divertirme, para pasar el tiempo sin sentir, inmersa en mi nueva actividad. 

Aprendí a fluir, a sumergirme tan profundamente en mi pintura que  olvidé estar pendiente del transcurrir del tiempo. En 14 meses pinté 60 cuadros. No soy ni pretendo ser una artista; no tienen mayor valor mis pinturas que el hecho de que son mías y las atesoro. 

Viéndolas recuerdo el encierro que dejó de aprisionarme, de oprimirme, de entristecerme; viéndolas me vuelvo a deleitar recordando el momento plasmado en la vida ordinaria de un ser, bocetos para cuando pase todo esto, tome clases y me enseñen a medio pintar.  

Viéndolas recuerdo qué feliz pude ser sentada frente a un lienzo en blanco, en la luminosidad de los días soleados de Chihuahua, bajo el naranjo esplendoroso de mi jardín, sin mayor preocupación que la de mezclar colores.

La vida, siempre llena de sorpresas...

 

* Martha Lara Alatorre.

Entre otros cargos fue Cónsul de México en Laredo, Houston y El Paso, Texas; Seattle, Washington, Los Angeles y Miami, Florida.

Secretaria General de Gobierno de Chihuahua, en tiempos de Fernando Baeza, la primera mujer en ocupar este puesto y además en tiempos muy complicados y ocupó la gubernatura en licencias temporales de su titular por ministerio de ley.

Recibió el grado de embajadora en 1994 de parte del presidente de la República y ese mismo año fue electa Senadora de la República, presidió la importante comisión de Relaciones Exteriores hasta el año 2000 que concluyó su periodo.

Al terminar su encargo en el Senado fue nombrada cónsul general de México en Los Ángeles, California y después en San Antonio, Texas, los consulados más grandes de México en todo el mundo, por ser las ciudades extranjeras en donde viven más mexicanos.

Ocupó diversos puestos en organismos internacionales públicos y, en su retiro,  ha sido consejera de corporativos transnacionales.

 


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