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"El Pan Eucarístico" / Por Mons. Dávila

Segundo Domingo después de Pentecostes: “El Pan Eucarístico”

“Un cierto hombre preparó un grande convite, y convido a muchos” (Lc., XIV, 16).

Por: Miguel Fierro Serna 20 Junio 2017 10 15

Puede decirse que esta gran cena es figura de la Santa y Divina Eucaristía, a la cual convida Jesús a todos los cristianos, como se dice en los Proverbios de Salomón; en donde la Sabiduría, es decir, el Verbo Divino, habla en estos términos: “Venid y comed el pan que os doy, y bebed el vino que os he preparado” (Prov., IX, 5).

Jesucristo, refiriéndose a este Sagrado Convite dijo: “Mi Carne es verdaderamente comida y mis Sangre es verdaderamente bebida” (Jn., VI, 56).

El Amor Divino y el Pan Eucarístico

Una de la condiciones del amor es la de hacerse una sola cosa con la persona amada.—Veamos como Jesús quiso también satisfacer esta exigencia del amor: “He aquí el Pan de los Ángeles hecho alimento de los que caminamos hacia la vida eterna”.

Nuestro Señor no se contenta con vivir en medio de nosotros, encerrado día y noche en nuestras iglesias, para ser nuestro compañero durante la vida, quiere todavía más; quiere entrar en nuestra casa; más aun, quiere entrar dentro de nosotros y hacerse una sola cosa con nosotros por medio de la Santa Comunión; quiere fundirse con nuestra alma como dos blandas ceras que se funden en una sola.

1.- Jesús anuncia este portento

El prodigio de que Jesús iba a darnos su Cuerpo en comida y su Sangre en bebida sobrepasaba de tal modo el alcance de la inteligencia humana que Jesús creyó conveniente anunciarlo con un año de anticipación (Jn., VI, 32).

Esto sucedió en la sinagoga de Carfarnaún después de la multiplicación de los panes. Un gran número de los que habían sido alimentados milagrosamente con unos cuantos panes se hallaban allí presentes, y Jesús, por decirlo así, sorprendiendo al pueblo en el entusiasmo del milagro que habían presenciado en el monte, les hace entrever otro portento mucho más grande, anunciándoles el nuevo manjar y la nueva bebida que pensaba darles.

2.- El Mismo Será el Manjar y la Bebida

a) Lo precisa claramente y no deja la menor duda acerca de la identidad de su persona con el pan eucarístico: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, y el pan, y el pan que Yo os daré será mi carne” (Jn., VI, 30).

b) Lo distingue el maná: “Este pan que ha descendido del cielo es muy diferente del maná que comieron vuestros padres y que sin embargo murieron”.

c) Hace resaltar sus efectos en el tiempo y en la eternidad: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mí morá y Yo en él... Quien comiere de este pan vivirá eternamente”.

3.- Jesús confirma esta verdad con juramento

Habiendo notado Jesús que algunos oyentes se escandalizaban por lo que acababa de decir, y que murmuraban entre sí diciendo, “¿Cómo puede Este darnos a comer su carne?, quiso añadir todavía mayor claridad a sus palabras para que estuvieran bien convencidos de que hablaba en sentido real: que trataba verdaderamente de su Cuerpo, y así añadió: En verdad, en verdad os digo que si no comieres la Carne del Hijo del Hombre y no bebiereis su Sangre, no tendréis vida en vosotros”.

4.- Confirma a los débiles en la fe

Algunos presentes, escandalizados por verdades tan inauditas, dejaron a Jesús. El Divino Maestro, en vez de llamarlos, por su hubiesen entendido mal, dice a los Apóstoles: “¿Y vosotros queréis también dejarme?” Respondió S. Pedro en nombre de todos: “Señor, ¿a quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna? (Jn., VI, 69).

La Eucaristía es el precioso canal que trae las gracias a las almas.

Supuesta la Institución de la Eucaristía, como se ha dicho, y probado por el testimonio infalible de Jesús que El iba a ser nuestro alimento, no estará fuera de propósito considerar algunos preciosísimos beneficios que que la Eucaristía trae a nuestras almas.

1.- Nos santifica con tesoros de alegría, paz y felicidad, cosas tan necesarias para la práctica de la virtud. Cerca de Jesús, con Jesús y por Jesús, el alma queda como inundada de una inefable suavidad que sólo puede ser comprendida por quien la ha experimentado.

2.- Desarrolla en nosotros la vida sobrenatural en modo verdaderamente sorprendente, ¿Quién podrá decir las maravillosas transformaciones que la Eucaristía obra en los que la reciben dignamente?

a) En los demás sacramentos Jesús obra mediante humildes elementos: aquí El mismo es quien obra inmediatamente.

b) En los demás sacramentos no comunica sino parte de la gracia: aquí El mismo la da toda en su plenitud.

c) Allá son riachuelos: aquí está el manantial; allá son los frutos: aquí está el árbol que los produce y sostiene; allá son los dones: aquí está el Autor mismo de todos los dones.

3.- Nos anima a la virtud por medio de los grandes ejemplos que da da:

a) De obediencia: habla el Sacerdote y el Verbo de Dios obedece incondicionalmente a su creatura.

b) De benignidad: nunca se queja de nuestras infidelidades pasadas.

c) De humildad: El se hace tan pequeño hasta reducirse a las proporciones de la Hostia.

d) De paciencia: siempre sin movimiento Aquel que da la vida al mundo.

4.- Nos ayuda poderosamente en la practica de la perfección; puesto que Nuestro Señor viene a nosotros con las manos llenas de gracias, rico en benevolencia y en misericordia:

a) El es rico y poderoso y nosotros somo pobres y débiles.

b) El es el Consolador por excelencia. ¿Quién no tiene penas en este valle de lágrimas? Vamos a Jesús, que El nos consolará.

c) El es el amigo fiel: acudamos a El siempre que sintamos abandono de las creaturas y el vacío de los bienes de la tierra.

5.- Es el remedio eficaz en las enfermedades espirituales; puesto que nos fortalece contra todo lo que pudiera ser ocasión de caídas en el camino de la vida eterna.

6.- En nuestra salvación en las luchas por la fe y por ésto los mártires del cristianismo, cuando debían comparecer ante los tribunales o ser entregados a las fieras, procuraban primero alimentarse con el Pan de la Divina Eucaristía.

¡Qué de tesoros de virtud y santidad se hallan en la Eucaristía, alimento de nuestras almas!

Disposiciones necesarias para comulgar bien

Ante todo es absolutamente necesario el estado de gracia en quien comulga para no profanar la Sagrada Eucaristía. Hay también otras disposiciones que el alma debe procurar para alcanzar mayores frutos de la recepción del Santísimo Sacramento.

1.- Suficiente Instrucción. Para comulgar con mayor provecho debe saberse lo que se va a recibir, como dice el Catecismo, o sea conocer las principales verdades de la Fe y las que la doctrina cristiana enseña acerca de la Eucaristía. ¿Cómo podrá uno apreciar la santidad del Sacramento del Amor si no sabe lo que el Catecismo enseña acerca de la Eucaristía?

2.- Conviene preparación que debe consistir:

a) En Actos de viva fe. En este Sacramento todo está velado: la fe tiene una parte principalisima, y el alma debe estar plenamente convencida de que en la Sagrada Comunión recibe a Jesús vivo y verdadero como está en el Cielo. Cuanto más viva sea nuestra fe en la presencia real de Jesús, tanto mayor será el fruto de la Comunión.

b) En un sincero arrepentimiento que nos haga aborrecer hasta el pecado venial. Para que este celestial manjar sea provechoso al alma, es necesario eliminar también las pequeñas faltas cometidas deliberadamente y no tener afecto al pecado. Esto nos lo enseñó el mismo Jesús cuando, antes de darse a sus Apóstoles, les lavó los pies, por más que como El mismo dijo, ya estaban limpios.

c) En actos de profunda humildad puesto que, aunque nuestra alma estuviese limpia de cualquier mancha, siempre somos indignos de tan grande Sacramento. Bien es verdad que nadie puede decir que va a recibir a Jesús porque sea digno, sino que vamos a comulgar porque tenemos necesidad de Jesús.

Con todo debemos reconocer nuestra miseria con actos de profunda humildad, como el centurión del Evangelio: “Señor no soy digno... pero di una sola palabra y mi alma quedará sana...”

d) En actos de grande amor. La Eucaristía es el Sacramento del Amor, y amor con amor se paga; si nuestro está frío supliquemos siquiera a Jesús que lo inflame con su amor.

e) En ardientes actos de deseos de recibir a Jesús, ya que cada uno debe de desear su propio bien. Debemos tener hambre de la Eucaristía: ansiar el momento feliz de tener a Jesús en nuestro corazón: imitar a Jesús que ansias de que llégase el momento de dar al mundo la más estupenda prueba de su amor instituyendo el Santísimo Sacramento del Altar.

Por lo mismo repitamos con El: “Ardientemente he deseado celebrar esta pascua con vosotros” (Lc., XXII, 15).

Acción de gracias

Por el inmenso beneficio que Dios se haya dignado venir a su creatura. Esta acción de gracias inmediatamente después de comulgar, nunca se debe omitir: sería una ingratitud, falta de reverencia o menosprecio.

No debemos salir del lugar sagrado mientras en nosotros está realmente presente Jesús. Este tiempo dura por lo menos unos veinte minutos: tiempo preciosísimo para hablar con Jesús, escucharlo dócilmente, exponerle nuestras necesidades y deseos y pedirle que nos transforme en El.

A la verdad, el misterio de esta gracia es tan grande, que la vida del alma fiel no debería ser más que una continua acción de gracias por la Comunión recibida, y una preparación para la que se va a recibir. Jesús Eucarístico debería ser el centro de toda nuestra vida espiritual.

La Eucaristía es el sol espiritual que ilumina, calienta, nutre y fortifica nuestras almas.

¡Qué inmenso amor nos ha demostrado Jesús al convertirse en alimento de nuestras almas!

Por último, como obsequio hagamos una Comunión en acción de gracias por la institución del Santísimo Sacramento.

Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad, ¡Ten misericordia de nosotros!

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Jesús Creador del Amor” de R. P. Ernesto Rizzi, S. J.


Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones


Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx


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