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El Ayuno y la Abstinencia / Por Monseñor Martín Dávila

“Después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches tuvo hambre” (Mt., IV, 2).

Por: Redaccion 18 Marzo 2017 10 38

Jesucristo no tenía necesidad de ayunar, porque no estaba sujeto ni al mal ni alguna mala pasión; quiso hacerlo para satisfacer por nuestros pecados y enseñarnos a expiarlos con el ayuno y la penitencia. Dice San Agustín: “Nuestro Señor hizo esto, como ciertos buenos médicos que antes de hacer tragar una poción a un enfermo, comienzan por probarla ellos mismos, para animarlo”.

Consideremos pues: 1.- Las ventajas del ayuno; 2.- su obligación: 3.- su practica.

Ventajas del ayuno.

1.- Ventajas temporales. a) Según San Ambrosio, el ayuno contribuye a dar apetito y a hacer más agradables las comidas.
b) En segundo lugar, fortalece el cuerpo. La glotonería, la gula, la embriaguez, engendran muchas enfermedades y matan más hombres que las guerras, mientras que la templanza es madre de la salud.
La experiencia demuestra que los hombres más sobrios son los más fuertes y los que viven más largo tiempo. Ejemplos los antiguos solitarios, y ermitaños, como San Antonio, San Pablo el Ermitaño, San Pacomio, etc.

2.- Ventajas espirituales. a) El ayuno aplaca la cólera de Dios, expía nuestros pecados y nos obtiene el perdón de ellos. Ejemplos: El rey David y los ninivitas (II Rey., XII, 16; Jon., III, 10).
b) Nos preserva de recaer en el mal, porque doma la carne, fortifica el espíritu y lo arma contra el demonio. De esto nos dice Nuestro Señor en Mt., XVII, 21: “Esta clase de demonios no puede ser lanzada sino por la oración y el ayuno”. “Yo mato mi cuerpo—dice San Jerónimo—para que él no mate mi alma”.
c) El ayuno nutre al alma y la hace más fuerte para preservar en el bien: el fundamento y el antemural o protección y defensa de todas las virtudes, y muy en especial la castidad.
d) Es la llave del cielo. Porque “nosotros somos desterrados del Paraíso—dicen San Atanasio y San Basilio—por haber comido del fruto prohibido; volveremos a entrar en él por el ayuno y la abstinencia”.
e) El ayuno es el que ha conducido a la perfección a tantos admirables siervos de Dios, lo mismo en la Antigua Ley como en la Nueva: Moisés, Elías, Judith, Ester, y en la Nueva: San Juan Bautista, los Apóstoles, San Martín, San Francisco de Asís, etc.
¡Oh, cuán grandes son las ventajas del ayuno! Pero, ¡cuán poco las comprenden tantos cristianos cobardes de nuestros días!

Obligación de ayuno.

1.- La Iglesia nos ordena ayunar en ciertos días del año y durante la Cuaresma. Con ello se propone que honremos e imitemos el ayuno de Jesucristo en el desierto, que expiemos nuestros pecados; y que nos preparemos de mejor manera para la Pascua, en la que, después de hacer morir en nosotros al hombre viejo, resucitaremos con Jesucristo y seremos en Cristo nuevas criaturas como dice San Pablo (II, Cor., V, 17).
2.- Esta ley obliga bajo pecado grave, pero solamente a los que han cumplido veintiún años o que no están legítimamente impedidos o dispensados.
3.- La Iglesia exime del ayuno a los niños, a los enfermos, a los convalecientes, a las mujeres encintas y a la que están lactando, ancianos mayores de sesenta años, y a todos los que trabajan continuamente en obras pesadas y penosas.
4.- El verdadero ayuno consiste: a) En hacer una sola comida durante el día. Antiguamente, se hacía después de ponerse el sol, hoy, hacia el mediodía. Por la noche está permitida una ligera colación y además la parvedad o corto alimento por la mañana.
b) Hay además la ley de la abstinencia, que prohibe en ciertos días comer carne y caldo de carne, ya sea de res, puerco y pollo, pero no los huevos, productos lácteos ni ningún género de condimentos. Obliga la abstinencia de los siete a los sesenta años.

Práctica del ayuno.

1.- Hay que ser muy fiel en observar lo que está prescrito, ateniéndonos en ciertos detalles a la costumbre legítima del lugar o a lo que en ciertos países está permitido en virtud de determinados privilegios, (En España, la bula de la Santa Cruzada) sin permitirse infracción alguna ni ninguna critica; porque la Iglesia quiere la sumisión de nuestro espíritu, aún más que la mortificación de nuestro cuerpo.
Un número grandísimo quebranta esta ley del ayuno y de la abstinencia, forjándose excusas más o menos falsas o vanas.
Como las siguientes: a) Es demasiado penoso.— Indudablemente, el ayuno es penoso: Dios y la Iglesia lo saben bien. Pero precisamente, por eso se nos impone para pagar la pena de nuestros pecados y para ejercitar en nosotros el espíritu de mortificación.
b) Dirán otros, somos demasiado débiles de salud.— Pero eso sí, no somos tan delicados, cuando se trata de diversiones malsanas, de desvelarse en la noche en bailes y en antros de vicio, y en otras tantas diversiones, todo lo cual nos perjudica mucho más que el ayuno y la abstinencia.

2.- Hay que ayunar santamente. Santifiquemonos con el ayuno, así como dice el profeta Joel, I, 14, es decir: a) gozosamente, con gusto, sin quejas ni murmuraciones.
b) Juntar al ayuno alguna otra práctica, por ejemplo, la oración, que, como dice San Basilio, nos obtiene la fuerza para ayunar, como el ayuno la gracia para orar bien; y la limosna que redime también los pecados, así como dicen los Libros de Tobías, IV, 11; y Daniel, IV 24.
c) Poner en ello un gran espíritu de compunción y de humildad.
d) La abstención de todo pecado evidentemente debe acompañar al ayuno, porque el fruto del ayuno ha de ser precisamente extinguir en nosotros la pasiones desordenadas. Ayunar y pecar son dos cosas que se oponen; el ayuno sin la caridad no es de mérito alguno delante de Dios: veamos aquel fariseo que presumía y alardeaba porque ayunaba.

3.- Los que no están comprendidos en la ley del ayuno, deben suplirlo con otras obras: ya sea con oraciones más fervorosas, limosnas más abundantes, mayor solicitud en escuchar la palabra de Dios, en asistir a la santa Misa, en visitar el Santísimo Sacramento; más vigilancia en evitar las menores faltas, en mortificar los ojos, la lengua, todos los sentidos. Para la conmutación del ayuno, consúltese al confesor.
Por último. Santifiquemos en el santo tiempo de Cuaresma con el ayuno y la penitencia, con la práctica de las virtudes y de todas las buenas obras. Hemos pecado; castiguemos nuestro cuerpo, para que nuestra alma se haga más pura y más fuerte para resistir al demonio, para servir a Dios y merecer el cielo.
Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara
Obispo en Misiones
Sus comentarios a: obmdavila@yahoo.com.mx


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