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Vida infeliz del pecador y vida feliz del justo / Por Mons. Dávila


Por: Redaccion 05 Febrero 2016 19 53

“La semilla caída entre espinas son los que escucharon la palabra de Dios; pero con los cuidados y las riquezas y delicias de la vida, al cabo la sofocan, y nunca llega a dar fruto” (Lc., VIII, 14).

En la parábola del Evangelio del domingo de Sexagésima se dice, que habiendo salido un labrador a sembrar el campo, parte de semilla cayó entre espinas. Luego declara el Salvador, que la semilla significa la divina palabra, y las espinas el apego que tienen los hombres a las riquezas y a los placeres terrenos, que son las espinas que hacen que se pierda el fruto de la palabra de Dios, no solamente en la vida futura, sino también en la vida presente.


¡Oh desgracia de los desventurados pecadores! En virtud de sus culpas, no solamente se condenan en la otra vida, sino que también en este mundo arrastran una vida infeliz, nos dice San Alfonso María de Ligorio.


En este escrito se verán dos puntos: 1) La vida infeliz que llevan los pecadores; 2) La vida feliz que tienen los que aman a Dios.


VIDA INFELIZ QUE LLEVAN LOS PECADORES


1.- Engaña el demonio a los hombres haciéndoles creer, que pasarán una vida deliciosa y tendrán paz, satisfaciendo sus apetitos sensuales. Pero nos dice la Sagrada Escritura que: “no hay, y no puede haber paz para los que ofenden a su Dios”. (Salmo, XLVIII, 22) El Señor nos dice, que sus enemigos nunca conocieron el sendero de la paz, llevando una vida infeliz. (Salmo XIII, 3)


2.- Las bestias que fueron criadas para este mudo, hallan paz en los gustos sensuales. En efecto, denle un hueso a un perro, y se le verá alegre. Sirvan una porción de yerba a un asno, y se le verá satisfecho. Más el hombre criado por Dios para amarle y estar unido a Él, sólo puede ser satisfecho por el Señor, y no por el mundo, aun cuando éste le enriquezca con toda especie de bienes.


Porque: ¿A qué se reducen todos los bienes mundanos? Sino a deleite de los sentidos, riquezas y honores, como dice S. Juan: “Porque todo lo que hay en este mundo, concupiscencia de carne, concupiscencia de los ojos, y orgullo de la vida” (I, II, 16). 


San Bernardo afirma, que el hombre puede ser rico en todos estos bienes mundanos, pero jamás quedará contento y saciado con ellos. Podrán deslumbrarle, pero nunca saciarle. Porque, acaso: ¿Podrá saciar al hombre la tierra, el viento y el estiércol? Pues tierra, viento y estiércol son todo los bienes de este mundo.


Escribiendo después el mismo santo sobre aquellas palabras de S. Pedro: “He aquí que lo dejamos todo”, dice: que vio en el mundo varias clases de necios, y que todos ellos sufrían un hambre muy grande. 


Por lo que unos se llenaban el vientre de tierra, como los avaros: otros de viento, como los ambiciosos de honores y alabanzas: otros que se veían al derredor de un horno, tragaban por la boca las pavesas que salían de él, como los iracundos y vengativos: otros finalmente bebían el agua turbia de un lago pestilente, y estos eran los deshonestos. 


Luego el Santo les dirige la palabra, y les dice: ¿No ven, insensatos, que todas esas cosas que tragan no hacen mas que irritar el hambre en lugar de calmarla? Alejandro Magno nos presenta un buen ejemplo de esta verdad. Después de haber conquistado la mitad del mundo con sus victorias, gemía porque no era dueño de todo el universo.


3.- Muchos esperan hallar paz en la acumulación de las riquezas, pero, acaso: ¿Podrá saciarlos la tierra? La abundancia de dinero, dice S. Agustín, no sacia la avaricia, sino que la aumenta; o en otras palabras; la avaricia, no disminuye el hambre, sino que la excita.


Pobres amadores del mundo, que se fatigan y sufren por amontonar la mayor cantidad de dinero y de bienes que pueden, pero el reposo huye de ellos; y cuanto amontonan, mas crecen sus ansiedades y sus tormentos. Es por eso, que dice el Salmo XXXIII, 11: “Empobrecen los ricos y pasan hambre, pero los que buscan al Señor no les falta bien alguno”.


Los ricos de este mundo, suelen ser los más desgraciados de todos los hombres; porque cuanto mas poseen, mas quieren poseer; y como no pueden adquirir todo lo que desean, son siempre mas pobres que los hombres virtuosos que no buscan sino a Dios. 


Los justos si que son verdaderamente ricos, puesto que viven contentos con su suerte, y encuentran en Dios todos los bienes, y nada les falta a estos porque tienen a Dios; pero a los ricos del mundo, como están privados de Dios, les falta todo, porque les falta la paz del alma.


Con razón pues, fue llamado insensato aquel rico, que menciona el Evangelio de San Lucas (XII, 19), que teniendo una buena cosecha recogida en sus campos, decía: “¡Oh alma mía! Ya tienes muchos bienes de repuesto para muchísimos años descansa, come, bebe y goza”.


Y ¿porque fue llamado insensato? Porque creía hallar satisfacción y paz, comiendo, bebiendo, y vistiendo con magnificencia. Por eso le reprende San Basilio de Seleucia, diciéndole: “¿Tienes acaso alma de puerco?” ¿Pretendes acaso contentarla comiendo y bebiendo, como las bestias?


4.- Y bueno es preguntar ¿quedarán por ventura contentos los que ambicionan honores terrenos, cuando los consiguen? En realidad, todos los honores del mundo no son otra cosa que humo y viento, como dice el profeta Oseas (XII, 2,) “¿cómo han de poder contentarlos el viento y el humo?” y el rey David en el Salmo (LXXV, 23), dice: “Que la soberbia en ellos crece siempre”.


Los ambiciosos no quedan saciados cuando obtienen estos honores, sino que antes crece en ellos la ambición y la soberbia, y con ellas crecen también las ansiedades, la envidia y los temores.


5.- Los que viven enfangados en el vicio deshonesto o lujurioso ¿de qué otra cosa se alimentan sino de estiércol? Dice el profeta Jeremías (IV, 3.) Y “¿cómo puede saciar y dar paz al alma el estiércol? ¿Qué paz pueden disfrutar los pecadores estando reñidos con Dios?”


Los infelices mundanos, tal vez tengan aquellos bienes, aquellos honores, aquellos deleites, pero jamás tendrán la paz. Porque no puede fallar la palabra de Dios que dice, “que no hay paz para los impíos” o los que se alejan de Dios, como dice Isaías (XLVIII, 22)


¡Pobres pecadores! dice S. Juan Crisóstomo. Ellos llevan siempre encima el verdugo, esto es, su mala conciencia que los atormenta. (Serm., 10. de Laz.) y S. Isidoro dice que, no hay pena mas cruel que la mala conciencia; y luego añade, que ninguno que vive bien, jamás esta triste. (Lib., 2. Solit.)


6.- El Espíritu Santo describe el estado deplorable de estos infelices, diciendo: “que los impíos son como un mar alborotado que no puede estar en calma” (Isa., LVII, 20.) Ya que una ola llega, otra viene, pero todas son olas de amargura y de rencores, puesto que cuanto se opone a su voluntad los turba y los irrita, como turban al mar los vientos encontrados.


Si alguno se encontrase en medio de una fiesta, entre bailes y músicas, pero atado de pies con la cabeza hacia abajo ¿podría éste estar contento en aquella fiesta? Tal es el estado del pecador. El está con el alma vuelta hacia abajo: en vez de estar unido a Dios y separado de las criaturas, como dice S. Vicente Ferrer, están fuera del corazón y no pueden contentarle.


Pues, sucede al pecador lo que le acontece a una persona que hallándose en medio de un estanque, se sintiera abrasado de sed: las aguas bañarían su cuerpo; pero, sin poder beber de ellas, no pudiendo saciarle la sed.


7.- Explicando el rey David la vida infeliz que pasaba mientras vivía en pecado, dijo: “Mis lágrimas me han servido de alimento día y noche, desde que me están diciendo continuamente ¿y tu Dios donde está?” (Sal., XLI, 4). 


Iba él para aliviar su pena al campo, a los jardines, a las másicas. Pero aquellas criaturas le decían: David, ¿quieres acaso que nosotras te aliviemos? Te engañas: ¿Dónde esta tu Dios? Marcha, busca a tu Dios a quien has perdido, porque sólo él puede restituirte la paz. Y por eso confiesa el mismo David, que en medio de las riquezas y de los placeres no hallaba reposo, y lloraba día y noche.


Oigamos ahora a su hijo Salomón, que confiesa que nunca negó a sus sentidos nada de cuanto desearon (Eccles., II, 10): pero con todo exclama: “Todo aquello era vanidad de vanidades y aflicción de espíritu”. (Eccles., I, 2, 14).


Se debe de advertir, que no solamente dice que todas las cosas de este mundo son vanidad, sino que son además aflicción de espíritu. Y esto lo prueba la experiencia, puesto que el pecado lleva consigo el temor de la divina justicia. Ya que cuando tenemos un enemigo poderoso no podemos estar tranquilos un instante. ¿Cómo pues podrá estarlo el que tiene por enemigo a Dios?


El que comete un pecado mortal, se siente asaltado repentinamente de un grande pavor: cada árbol que se mueve, le aterra: siempre está pensando en la fuga, sin que nadie le persiga, como Salomón (Prov., XXVIII, 1). 


No le perseguirán los hombres, pero le persigue su mismo pecado, como sucedió a Caín, el cual después de haber muerto a su hermano Abel, decía lleno de temor: “Cualquiera que me encontraré, me matará” (Gén., IV, 14). Y aunque el Señor le aseguró que ninguno le ofendería, Caín sin embargo perseguido de su pecado, como dice la Escritura, anduvo siempre errante y fugitivo sobre la tierra. (Gén., V, 16).


8.- Además del pecado lleva consigo el pecador el remordimiento de la conciencia, que es aquel gusano roedor que nunca muere como dice: Isaías (LVI, 24). 


Va el pecador al baile, a la comedia, al banquete; pero en medio de estas diversiones, la conciencia le acusa y le dice: ¡Desdichado de ti que has perdido a Dios! Si ahora murieras ¿a donde irías? 


El remordimiento de la conciencia, es, aun en esta vida, un tormento tan grande, que algunos se han quitado la vida por librarse de él, como hizo Judas que se ahorcó de un árbol lleno de desesperación. 


9.- De la injusticia que hacen los pecadores a Dios, abandonando a él que es fuente de todo consuelo, por acogerse a las criaturas que no pueden suministrarles ninguna paz, se lamenta el el mismo Señor, diciendo: “Dos maldades ha cometido mi pueblo: me han abandonado a mí, que soy fuente viva, y han ido a fabricarse aljibes rotos, que no pueden retener las aguas” (Jer., II, 13).


El Señor nos dice: “¿No has querido servirme en paz a mí que soy tu Dios? ¡Desventurado! Servirás a tu enemigo, padeciendo el hambre, la sed, la desnudez y la falta de todas las cosas” (Deuter., XXVIII, 48).


Y esto lo experimentan ya los pecadores. ¿Cuánto no sufre el hombre vengativo después de que se vengó, matando a su enemigo? Va huyendo de los parientes del muerto y de los ministros de la justicia, pobre, afligido y abandonado de todos. 


¿Cuánto padece el hombre lujurioso para conseguir sus malos deseos? ¿Cuánto padece el avaro para adquirir lo que otro posee? Si padecieran por Dios lo que padecen por satisfacer sus pasiones, amontonarían grandes méritos para la otra vida, y vivirían contentos en esta.


Pero estando en pecado, llevan una vida infeliz en este mundo, para pasar la otra todavía mas infeliz en el otro. Y de esto se quejan los condenados en el infierno, repitiendo sin cesar en aquella cárcel oscura de tormentos: 


¡Hay de nosotros! Hemos corrido sobre la tierra por caminos difíciles y sembrados de espinas: nos hemos fatigado andando de iniquidad en iniquidad: hemos sudado sangre y agua: nuestra existencia inquieta se sació de hiel y de veneno: pero ¿con qué objeto? Para venir a este abismo de fuego donde sufrimos horribles tormentos por toda la eternidad” (Sab., V, 7).


VIDA FELIZ DE LOS QUE AMAN A DIOS


1.- En toda alma en la cual reside la justicia, reside también la paz, como dice David: “Se dieron un ósculo la justicia y la paz” (Salm., LXXXIV, 27). Y en efecto, realmente se dimana la paz del alma de la tranquilidad de la conciencia, y estando tan tranquila la del justo por obrar siempre conforme a la voluntad de Dios, es por consiguiente que la paz y la justicia reinan en su corazón.


El mismo David dice: “Recreate en el Señor, y él saciará tu corazón” (Salm., XXXVI, 4). Para entender bien este texto, conviene reflexionar, que el hombre mundano pretende satisfacer los apetitos de su corazón con los bienes del mundo; pero como estos bienes no pueden saciarle, por eso el corazón cada día pretende más, y por muchos bienes mundanos que consiga, nunca queda contento.


Por eso el rey David le exhorta a que coloque todo su deleite en el Señor, como si le dijera: deja las criaturas de este mundo, deja tus deleites de apetitos sensuales que no te pueden contentar, y busca en el Señor la verdadera alegría del alma, porque él solo puede dártela.


2.- Esto cabalmente le sucedió a San Agustín, que no halló paz mientras se deleitaba con la criaturas; pero luego que se separó de ellas, y puso todo su amor en el Señor, dijo: “En ti todo dura, en ti siempre descanso”. 


Es como si dijera: ahora conozco, Señor, mi necedad: yo quería hallar mi felicidad en los placeres terrenos, pero ya conozco que ellos no son mas que vanidad y aflicción, y que tú solo eres la paz y la alegría de nuestros corazones.


3.- El Apóstol San Pablo dice, que la paz que hace disfrutar el Señor a los que lo aman, excede en suavidad a todos los deleites sensuales que pueden gozarse sobre la tierra. (Fil., IV, 7). Y si no preguntémosle a S. Francisco de Asís, que con solo decir: “Tu eres mi Dios y mi todo”, gozaba aquí en la tierra un paraíso anticipado. 


Preguntémosle también a S. Francisco Javier, que estando en la India predicando la fe de Jesucristo, le llenaba el Señor tanto de las dulzuras divinas, que se veía precisado a decirle: “Basta Señor, basta”. 


Ahora preguntemos: ¿cuándo se ha encontrado jamás alguno de entre los mundanos, tan rico de los bienes del mundo, que se haya precisado decir: Basta, mundo, basta, que no quiero más riquezas, ni honores, ni aplausos, ni placeres? No sucede así, porque los mundanos están siempre anhelando mas honores, mas riquezas y mas deleites, pero cuanto mas tienen, mas desean tener, mas ansiosos y deseosos se hallan.


4.- En fin, es necesario que nos convenzamos de esta verdad; que sólo Dios puede contentarnos. Pero lamentablemente, los mundanos no quieren determinarse a servir a Dios por el temor de llevar una vida dura y de penitencia, más el rey David nos dice: “Gustad y veréis cuán suave es el Señor” (Salm., XXXIII, 9).


Por último, cristiano que te has dejado ganar por el mundo, ¿por qué desprecias y llamas infeliz una vida que como bautizado debes de llevar, y que sin embargo no has probado todavía? Gusta, ve, y prueba, como dice David. 


Por lo mismo debes asistir a la Santa Misa regularmente, visitar al Santísimo Sacramento, orar, comulgar al menos una vez cada semana, evitar las malas conversiones, hablar siempre con Dios, y verás como el Señor te hará gozar tales dulzuras y tal paz, que el mundo no ha podido darte hasta ahora, con todos los deleites que hasta ahora te ha proporcionado. 


Gran parte de este escrito fue tomado del libro “Sermones abreviados para todas las Dominicas del Año” de San Alfonso María de Ligorio.


Sinceramente en Cristo 

Mons. Martín Dávila Gándara  

Obispo en Misiones


Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx


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