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El Tiempo Santo de Cuaresma / Por Monseñor Martín Dávila

Por: Redaccion 14 Febrero 2018 09 02

Del miércoles de Ceniza hasta el domingo de Pasión. “Acuérdate hombre que eres polvo, y en polvo te has de convertir”.

EI Tiempo de Septuagésima nos ha recordado la necesidad que tiene el hombre caído de asociarse por el espíritu de penitencia a la obra redentora del Salvador. Ahora, la Cuaresma nos va a asociar a ella efectivamente por el ayuno y las otras prácticas de penitencia.

No hay Cuaresma que merezca tal nombre sin un esfuerzo personal para rehacer la vida y vivirla con más fidelidad, y para reparar con algunas privaciones voluntarias las negligencias de otros tiempos. Mas paralelamente a estos esfuerzos que pide la Iglesia de cada uno de nosotros, ella, por su parte, levanta ante Dios la cruz de Cristo, el Cordero divino que carga con los pecados de los hombres y que es verdadero precio de nuestra redención.

A medida que se acerque la semana santa, irá poco a poco predominando el pensamiento de la Pasión hasta absorber toda nuestra atención. Pero ya está presente desde el principio de Cuaresma y por eso, en unión con los sufrimientos de Cristo, todo el ejército cristiano se alista en la «santa cuarentena» y camina hacia Pascua con la alegre certidumbre de participar de su resurrección.

«He ahí el tiempo favorable, he ahí los días de salvación> La Iglesia nos presenta la Cuaresma como un gran retiro, unos ejercicios en que la Iglesia nos lleve a la práctica de una vida cristiana más perfecta. Ella nos muestra el ayuno de Cristo y, por medio de la penitencia y del ayuno, nos asocia a sus sufrimientos para hacernos participar en su resurrección.

Acordémonos, pues, que no estamos solos ni somos los únicos que entramos en la Cuaresma. La Iglesia pone en juego todo el misterio de la redención. Formamos parte de un gran conjunto, en el que somos solidarios de toda la humanidad rescatada por Cristo.

He ahí el sentido de nuestra Cuaresma. Es un Tiempo de ahondamiento, en unión con toda la Iglesia, que se prepara a la celebración del misterio pascual. Cada año, con un nuevo esfuerzo, vuelve a emprender el pueblo cristiano, en pos de su jefe, Cristo, la lucha contra el mal, contra Satanás y el hombre de pecado que todos llevamos dentro de nosotros mismos, para lograr en Pascua una renovación de vida en las mismas fuentes de la vida divina y proseguir y caminar hacia el cielo.

El gran ayuno de cuarenta días, «inaugurado por la ley y los profetas, y consagrado por el mismo Cristo», ha sido siempre una de las prácticas esenciales de la Cuaresma. Pero el ayuno va a la par con la oración. Como todos los ejercicios penitenciales de Cuaresma, se ofrece a Dios en unión con el sacrificio del Salvador, renovado diariamente en la santa misa.

MIÉRCOLES DE CENIZA

Con el Miércoles de Ceniza comenzamos prácticamente el tiempo santo de la Cuaresma; por ello la Iglesia nos impone el sacramental de la ceniza en nuestras frentes y nos recuerda la sentencia de muerte que pesa sobre nosotros, recordándonos lo efímero de nuestra vida. Por eso las palabras de “polvo eres y en polvo te convertirás” nos deben llevar a tener todo este tiempo santo, disposiciones de Humildad y de Compunción de corazón.

PRIMERA DISPOSICIÓN: HUMILDAD.

“Acuérdate, hombre, que eres polvo en polvo te convertirás”. (Gén. 3, 19).

¿Quién ha pronunciado estas severas palabras que resuenan hoy en todo, el universo católico? El mismo Dios, en el paraíso terrenal. ¿A quién las dirigió? A Adán, nuestro primer padre, inmediatamente después que, en castigo de su pecado, fue anunciada contra él y contra toda su posteridad la sentencia de muerte: “Porque has comido el fruto que te había mandado que no comieras, la tierra será maldita en tu obra, le dijo Señor, y tú comerás el pan con el sudor de tu rostro, hasta que vuelvas a la tierra de donde yo te saqué: porque eres polvo y en polvo te convertirás”. (Gén. 3).

Pero, ¿por qué añadió estas últimas palabras, que no agravan en nada el castigo puesto? fue, sin duda, para humillar la soberbia de Adán: y hacer penetrar en su corazón los sentimientos de una profunda humildad, primera condición de toda penitencia saludable.

Así vemos que Adán, que primero se excusó, pero después ya no respondió ni una sola palabra, sino aceptó la penitencia impuesta ¡y perseveró en ella humillado, arrepentido, durante más de novecientos años! Dios tuvo a bien aceptar esta penitencia, la que salvó a nuestro Primer padre, por los méritos del futuro Redentor.

Por lo mismo debemos hacer esta reflexión. Hemos pecado en Adán; hemos pecado nosotros mismos, somos grandes delincuentes; tenemos, pues, grandísima necesidad de hacer penitencia y de implorar el perdón.

Dios está pronto a concedérnoslo, pera acabamos de verlo, el primer sentimiento que El exige del corazón culpable, es la humildad, el sentimiento de su indignidad. Por consiguiente, la primera disposición que debemos procurar y conservar durante el tiempo de Cuaresma, tiempo de penitencia obligatoria para todos, es una humildad profunda, basada en el conocimiento de nuestra nada y de nuestras pecados; ella debe comunicar el mérito principal a las obras de penitencia.

Pidamos a Dios la gracia de conocernos bien, y de sacar de este mismo conocimiento nuestras miserias, una profunda humildad, que vaya siempre creciendo durante estos días de penitencia y expiación.

SEGUNDA DISPOSICIÓN: LA COMPUNCIÓN

“Acuérdate, hombre, de que eres polvo y que en polvo te convertirás”.

¿Quién hace resonar aún, todos los años en este día, las mismas palabras que Dios pronunció en el Paraíso Terrenal? Es nuestra santa madre la Iglesia por boca de sus ministros. ¿Y a quién las dirige? a cada uno de nosotros, a todos los fieles que van al templo. ¿Y en qué momento? En el mismo momento en que esparce la ceniza sobre nuestras frentes, emblema de la muerte y de la Penitencia.

Como si dijera: Oh hombre, quienquiera que seas, acuérdate que debes morir y que serás semejante a este polvo, a causa del pecado; acuérdate que si no haces penitencia de tus pecados no resucitarás del polvo de la tumba, sino para pasar en cuerpo y alma al lugar de las suplicios eternos.

La Iglesia no nos hace oír este lenguaje tan grave, y tan terrible, sino para inspiramos, desde este primer día de cuaresma, sentimientos de santa compunción. La compunción de corazón, es la segunda disposición esencial a todo el que quiere alcanzar uno de los principales fines de la Cuaresma: hacer saludable penitencia.

Si nuestras obras de mortificación y penitencia van unidas a los sentimientos de un corazón verdaderamente contrito y humillado, Dios sin duda alguna los aceptará. El nos perdonará; empeñada esta su palabra: jamás, nos dice real profeta David, no desechará Dios un corazón contrito y humillado (Salmo 50, 18).

Por último, pidamos a Dios con instancia en esta Santa Cuaresma se sirva infundir en nuestras almas los sentimientos de un corazón contrito y humillado.

Sinceramente en Cristo


Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus Comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx



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