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Algunas condiciones y obligaciones del Matrimonio / Mons Martín Dávila

“Lo que Dios a unido, no lo separe el hombre” (Mt., XIX, 6).

Por: Redaccion 15 Enero 2018 14 33

El matrimonio es un estado santo que impone graves obligaciones; es un sacramento que confiere gracias especiales para cumplirlas bien. Pero cuántos se comprometen en él ligeramente, sin reflexión y recibiéndolo sin preparación, y así se pierden, porque quebrantan o descuidan sus sagrados deberes.

¿Cuáles son, pues, estos deberes? Se pueden reducir a cinco: la unión, la paciencia, la fidelidad, la santidad y la educación de los hijos.

La Unión. Esto es, la unión de los corazones y de las almas aún más que la de los cuerpos: “Un solo cuerpo y una sola carne, y así como un solo corazón y una sola alma”; “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer, y vendrán a ser una sola carne”. (Gén., II, 24).

Consiste en el amor, en la ternura conyugal. No es un amor carnal, que no ve más que la hermosura o las ventajas exteriores, y que desaparece o disminuye con ellas, sino un amor espiritual, verdadero y fuerte, que ni la enfermedad ni las cargas del estado abrazado pueden extinguir o amortiguar.

Esto es verdaderamente el vínculo del matrimonio que sólo la muerte lo disuelve, así como Nuestro Señor Jesucristo lo dice: “Lo que Dios a unido, no lo separe el hombre”. Por lo tanto. Debe ser un amor santo, imitación del de Jesucristo por la Iglesia, como dice S. Pablo: “Maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó Él mismo por ella” (Efes., V, 25).

Por eso, los Maridos deben amar a sus esposas; y tratarlas con bondad, consideración, respeto (evitando por completo el machismo) Las Mujeres, deben estar sujetas a sus maridos, así como dice S. Pablo: “Así como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las mujeres lo han de estar a sus maridos en todo” (Efes., V, 24).

Nota: Aquí hay señalar una mutua sumisión: La sujeción de la esposa es el respeto y obediencia; y la sujeción del esposo es el amor que conlleva respetar y sacrificarse por su mujer.

Las esposas deben de ver y respetar en los esposos la autoridad divina, así como reitera el mismo San Pablo: “Las mujeres sujétense a sus maridos como al Señor, porque el varón es cabeza de la mujer, así, como Cristo es cabeza de la Iglesia” (Efes., V, 22-23).

Por eso las mujeres deben obedecer en todo lo que sea justo y no en lo pecaminoso; esto es en lo referente al matrimonio y al gobierno de la casa, y en todo lo que no sea contrario a la ley de Dios. En esto, se debe de imitar a María Santísima, en sus atenciones y su respeto a San José.

Con este amor verdadero y de virtud se vive una vida santa, porque tiene por principio la fe y el amor de Dios.

La paciencia, y el soportarse mutuamente. Este deber es de una importancia grande. Porque las pasiones vienen frecuentemente a turbar la buena armonía en la pareja; los caracteres se agrian; los defectos, contenidos y disimulados durante algún tiempo, aparecen poco a poco con toda su fealdad.

En fin, el demonio, al que según el proverbio, le gusta pescar en aguas turbias, siembra la desunión entre los esposos, excita los celos y cólera del marido, a propósito de algunas ligerezas o caprichos de la mujer; y, recíprocamente, sume a la mujer en celos y en la aflicción o en la desesperación, a causa de tal defecto en el marido.

Entonces es cuando la fe y la gracia de Dios son necesarias para soportarlo todo con paciencia, como dice S. Pablo: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la Ley de Cristo” (Gal., VI, 2). Tanto más cuanto la perspectiva de sufrir estas miserias durante toda la vida es muy capaz de sumir al alma en el desaliento.

Nota: El laicismo ha sido un cáncer que ha ido carcomiendo las bases y raíces fundamentales del matrimonio y la familia cristiana, haciendo proliferar un dominio del egoísmo de una manera tiránica; porque todo lo que toca el egoísmo se seca y destruye; y también, donde abunda el egoísmo no hay fe, paciencia y caridad verdadera.

Si la fe y la caridad no se sobreponen, entonces se acaba la paz y la felicidad en el hogar. Esto explica los procesos escandalosos, las tristes separaciones, los crímenes, los adulterios, los divorcios lamentables que de ello se siguen. La Iglesia llora, y el infierno se regocija.

Esposos cristianos, ya que se han dado el uno al otro para toda la vida, lleven su yugo con paciencia; soportándose mutuamente, pero con dulzura y caridad, como dicen los Proverbios, XV, 1: “Una respuesta blanda calma el furor, una palabra áspera excita la ira”.

Veamos los ejemplos de Job y Tobías soportando los defectos de sus mujeres: (Job., II 9-10; Tob., II, 22-23); y como Santa Mónica soportó los malos tratos de su marido pagano; lo mismo hizo Santa Rita de Casia con su marido, prepotente, iracundo, golpeador y blasfemo; y ambas lograron con oración y paciencia la conversión de sus maridos. Por esto mismo dice Santiago V, 16: “Por lo tanto, confesaos unos a otros los pecados y orad unos por otros para que seáis sanados: mucho puede la oración vigorosa del justo”.

La fidelidad. En la presencia de Dios hacen los esposos un juramento solemne: el marido hace entrega total de sí mismo a su mujer, y recíprocamente lo hace la mujer para con su marido; por eso dice S. Pablo “Mujer, no tienes potestad sobre tu cuerpo, sino tu marido. Y similarmente el marido no tiene potestad de su cuerpo, sino lo tiene su mujer.

¡Qué violación sacrílega si uno u otro, infiel a sus juramentos, mantienen relaciones o afectos culpables! Si la esposa busca agradar a otro o se entrega a él, si el marido da su corazón a otra mujer! ¡Qué crimen horrible son estas infidelidades, estos adulterios, y qué consecuencias acarrean! Deben recordar que Dios siempre castiga estos pecados, tarde o temprano.

Ya que constituyen una injuria a Dios y al sacramento; y una injuria a la familia; y son causa de injusticias, escándalos, discordias, divorcios, algunas veces de crímenes abominables; también son fuente de maldiciones y de terribles azotes.

Triste ejemplo de David, por el crimen y el adulterio que cometió con Betsabé esposa de Urías (II Reyes, 10-12); “Quienquiera que mire a una mujer codiciándola, ya cometió con ella adulterio en su corazón”(Mt., V, 28). ¡Y que decir de tantos pecados consumados, secretos o públicos! “hay del hombre por quien el escándalo viene!” (Mt, XVIII, 7).

Hay que resistir a esta tentación del demonio: como dice S. Pedro (I Ped., II, 12): “Tened en medio de los hombres una conducta irreprochable, a fin de que, mientras os calumnian como malhechores, consideren vuestras buenas obras, glorifiquen a Dios en el día de la visitación”.

La santidad del Matrimonio. Ésta institución es santa, dice S. Pablo a los Hebreos (XIII, 4): “Cosa digna de honor para todos sea el Matrimonio y el lecho conyugal sin mancilla, porque a los fornicarios y adúlteros los juzgará Dios”; y el cristiano se debe portar en él con mayor modestia y con el más profundo respeto, en el temor del Señor, y con deseo de dar a Dios y a la Iglesia hijos.

Pero: ¡Cuántos creen que todo les está permitido en el matrimonio! ¡Cuántos desordenes y pecados abominables se cometen en él contra el vínculo y contra la fidelidad entre los esposos! Dice el libro de Tobías:“Tiene potestad el demonio sobre los que abrazan con mala disposición el matrimonio, que apartan de sí y de su mente a Dios, dejándose llevar de su pasión, como el caballo y el mulo que no tienen entendimiento, ésos son sobre quienes tiene poder el demonio”.

Los hombres de antes del Diluvio: Her y Onán, fueron heridos de muerte porque hicieron cosas detestables a los ojos de Dios en el Matrimonio. ¡Cuántos esposos son malditos aquí en la tierra y serán precipitados en el infierno, por haber violado las santas leyes del matrimonio!…

Se debe de evitar, pues, todo lo que pueda ofender el pudor y la castidad conyugal, todo lo que pueda ser contrario al fin principal del matrimonio. Se debe procurar vivir imitando la santidad de Zacarías y de Isabel: “Ambos eran justos delante de Dios, siguiendo todos los mandamientos y justificaciones del Señor de manera irreprensible” (Luc., I, 6); y, como ellos, serán bendecidos en sus hijos y recompensados en el cielo.

La educación de los hijos. Dice San Pablo: “Si alguien no tiene providencia para los suyos, particularmente para los de su propia casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo” (I Tim., V, 8); y San Gregorio que quien no tiene cuidado de sus hijos es peor que un bruto. Ya que sus hijos son tesoros que Dios les ha confiado, y de los cuales tendrán que rendir cuenta; dice el éxodo, II, 9: “Recibe este niño, y nútrelo para mí, y yo te recompensaré”.

Esposos cristianos, tienen un gran compromiso en educar a los hijos en el temor y el amor de Dios y en el instruirlos en las verdades de la fe, y en las máximas del Evangelio. Deben velar sobre ellos con una tierna solicitud. Con disciplina y amor. Corrigiéndolos y castigándolos si es preciso; pero, sobre todo, denles buenos y piadosos ejemplos.

Por último, he aquí los deberes bien importantes y bien graves. Hay que meditarlos delante de Dios, porque serán juzgados acerca de su fidelidad en cumplirlos. Si los cumplen debidamente, atraerán sobre ustedes la bendición de Dios, y con ella el cielo.

Si son descuidados en cumplir estas obligaciones, se acarrearan maldiciones y el infierno. Santifíquense mutuamente y santifiquen a sus hijos: el sacramento del matrimonio les da la gracia para ello. Deben ser hijos santos, y deben dar santos a la Iglesia y al cielo. Y que Dios les conceda su gracia.


Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara
Obispo en Misiones


Sus Comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx


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